domingo, 26 de agosto de 2012

Cap. 2: El León De Piedra Parte 1






     La mano no tenía guantes, ni uñas puntiagudas. La mano, sencillamente, iba tanteando en la oscuridad.
   
    -¡Tejeringos fritos! ¡Qué susto me has dado, Charito!

    -Te he estado llamando. Vi que no habías echado la llave y entré. Luego he encontrado el boquete y la puertecilla. ¿Qué ha ocurrido?

     -Nada, prima, que registré unos ruidos extraños en la grabadora, me puse a golpear la pared y mira el estropicio-explicó riéndose.

     -Y ese tunel, ¿adónde va?

    -No tengo ni idea. Pero si quieres, podemos averiguarlo.

    -Voy a por una linterna.

    Mientras Charito iba a por una linterna, Ulises se rascó el cabello rojo sin dejar de escuchar. Gotas, pasitos, ecos...
¿Qué más había en aquel túnel indefinido? ¿Por qué pasaba justamente bajo su librería? ¿Acaso tenía  aquello que ver con los secretos de que le hablara su tío Amaniel?

    Por los demás, Granada era una ciudad llena de misterios.

    Desde 1492, año del descubrimiento de América, mientras Colón pensaba llegar a las Indias, Granada había vuelto a ser cristiana. Después de varios siglos de poder musulmán, siglos en los que la ciudad fue famosa por su paz y desarrollo del arte, el 2 de Enero del año 1492 los Reyes Católicos la tomaron de manos de Boadbil el Chico. Dicen las historias que el rey moro no pudo contener sus lágrimas cuando, desde lo alto de un cerro, contempló por última vez la ciudad que tanto amaba. ''Llora como mujer lo que no supistes defender como hombre'', le dijeron para mayor dolor. Hoy, el paraje se llama la Cuesta de las Lágrimas, y el lugar concreto de la amarga despedida, el Suspiro del Moro.

    Pero la leyendo va más allá y dice que los árabes, al retirarse, dejaron escondidos en las entrañas de la Alhambra grandísimos tesoros, que todavía esperan ser descubiertos.
400 años de espera son muchos años, pero el tiempo no afecta al oro, ni a las piedras preciosas. Y quizá había llegado el momento de que Ulises encontrara lo que Boadbil abandonó para siempre.

    Los pensamientos de Ulises fueron interrunpidos por Charito.

    -Ya está-dijo iluminando el camino con la linterna-.
En marcha.

    Las linternas son buenas y malas. Buenas, porque su luz aclara el camino. Malas, porque esta luz produce extravagantes sombras que inquietan a las personas. Y el pasadizo estaba lleno de sombras.

    -Ulises, ¿crees que hay alguien por ahí escondido?

    -No lo sé, tenemos que andarnos con cuidado.

    Sus pasos resonaban con cierto eco en las paredes en las profundidades de la tierra.
      
    En efecto, podía ocurrir cualquier cosa. Ser atacados por los hombres de las voces, si es que las voces provenían de seres humanos. ¿Y si eran montruos de los abismos, de esos que se ven en las películas, escondidos bajo el suelo para poder desarrollarse? Si arriba todo era posible, ¡imaginémonos lo que era allí abajo! Entre el silencio, la humedad y el misterio.

    Pero nada de eso producía miedo a la pareja.

   -Oye, Ulises, ¿y si alguien se aparece de repente? -preguntó Charo con una sonrisa.

    -Diremos  que somos poceros -respondió el pelirrojo con seguridad.

    -¿Poceros?

    Sus carcajadas resonaron en las paredes del túnel.
Charito se imaginó la escena y le resultó bastante crónica.
También Ulises bromeó, y de esta forma, la disimulada tensión de ir avanzando por un subterráneo desconocido se relajó.

    -Oye, Ulises, sería fantástico encontrarnos aquí abajo con las huellas de una civilización desaparecida.

    -Tú ves demasiadas películas de aventuras, Charito. Lo más que vamos a ver aquí son ratas.

    Ulises hizo una pausa para ver el efecto que hacían sus palabras en su prima. Pero la muchacha se limitó a encogerse de hombros:
   
    -No me gustan las ratas, a nadie le gustan muchos las ratas, ¿a que no?

    -A mí no me gustan porque se comen los libros.

    -Pero en algún sitio tendrán que vivir...

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